En los siglos XV y XVI, la aplicación se utilizaba con frecuencia en la realización de todo tipo de artículos para el hogar, por considerarse una técnica rápida y sencilla para obtener bordados efectivos y de vivos colores. A menudo se trabajaba sobre fondos de terciopelo a base de formas recortadas en ricas telas de satén o cueros perfiladas en ocasiones con hilos de oro en realce.
Los artículos así confeccionados, se adornaban con técnicas de bordado y acolchado sobre las aplicaciones que representaban emblemas, letras, vainas de armas, pájaros animales y flores.
Otro estilo de labor de aplicación era el denominado broderie perse, que consistía en coser a punto de festón formas recortadas de telas estampadas de algodón. Por la misma época en la India se empleaban las técnicas del patchwork en los famosos y complicadísimos chales de Cachemir, cuyas piezas se tejían primero por separado y se unían después formando composiciones al estilo rompecabezas.
El acolchado adquirió nueva popularidad en el siglo XVII. En esta época comenzó a emplearse en prendas de todo tipo, como trajes, jubones, calzones y, más adelante, enaguas.
La difusión de esta moda continuó hasta el siglo XVIII en que comenzó su declive, aunque las enaguas acolchadas continuaron aceptadas en las comunidades rurales hasta el siglo XIX. Las técnicas del acolchado se emplearon también en la confección de colchas, en sedas crudas o bordadas.
La popularidad de estas colchas continuó hasta el desarrollo, a principios del siglo XVIII de nuevas técnicas de estampado, por parte de las industrias textiles. A partir de entonces, la fantasía de estos nuevos tejidos hizo que se utilizaran retales y piezas de ellos para confeccionar colchas y colgaduras, con el consiguiente declive de los diseños más delicados que se obtenían con los puntos tradicionales del acolchado.
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